Fallece Quino, creador de Mafalda, a los 88 años

Escrito en 30 septiembre 2020

Ha fallecido el humorista gráfico más internacional y más traducido del idioma español; y quizás también el más entrañable: Joaquín Salvador Lavado, Quino. Había nacido el 17 de julio de 1932 en Mendoza (Argentina), y tenía por tanto 88 años. En esa misma ciudad residía ahora, atendido por sus sobrinos desde que se trasladó allí en noviembre de 2017 tras morir su esposa, Alicia Colombo. El nombre de Quino estará ligado para siempre al más famoso de sus personajes: Mafalda; la niña sabia y respondona.

Los padres de Joaquín Lavado eran españoles de Fuengirola (Málaga) y emigraron a Argentina en los años treinta. La humilde familia vivió en un círculo algo cerrado, hasta el punto de que el niño Quino habló en andaluz hasta sus primeros seis años.

La muerte de su padre le sorprendió con sólo 14, y fue atemperando esa ausencia con las apariciones fantasmales que él creía ver cada cierto tiempo. Incluso después de casado con Alicia, se le aparecía su padre, fumando (“seguía sin hacer caso de que fumar no es bueno”), y miraba orgulloso al dibujante porque al muchacho no le había ido tan mal. Quino solía rememorar estas visiones: “Eran apariciones muy agradables”.

Joaquín Salvador Lavado quiso enseguida ser viñetista. Lo decidió de niño, con tres años, cuando un tío suyo, diseñador gráfico, por entretenerle a él y a sus hermanos empezó a hacerles dibujos. Quedó maravillado con todas las cosas que podían salir de un lápiz. Después estudiaría Bellas Artes en la universidad de Cuyo. No llegó a terminar, pero alcanzó a absorber los conceptos básicos del dibujo y de las proporciones.

Quino sintió siempre su origen andaluz, y en 1977 intentó gestionar la doble nacionalidad en el consulado español de Milán (ciudad donde se exilió durante la dictadura argentina y donde se enclavó la oficina que gestiona sus derechos para toda Europa). Pero le atendió una funcionaria muy antipática, que le preguntó: “¿Y usted con la edad que tiene quiere hacerse ahora español?”. Él contestó: “No, se me había ocurrido antes, pero es que entonces estaba Franco”. Así que desistió, a sus provectos 45 años.

Lo intentó de nuevo en 1990, ya en Madrid, en los juzgados de la calle de Pradillo, a los 57. En esa ocasión llegó hasta el final, aunque el proceso le pareció muy frío. Otra funcionaria, algo más amable, le dijo solamente, tras pedirle sus datos: “Firme aquí”. Y firmó.

Poco después, en 1992, recibió en Madrid un gran homenaje, a cargo de la Sociedad del V Centenario del Descubrimiento, que consistía en la instalación de una carpa espectacular en cuyo interior se podía recorrer el colegio de Mafalda y sus amigos, ver las películas que protagonizó y observar a tamaño natural todos los muñecos ideados por Quino y construidos por Manolo Marín. No es de extrañar que, años después, todos esos personajes, olvidados en un almacén, perecieran en un incendio. Estaba marcado su destino. Manolo Marín era artista fallero.

Quino ya se movía entonces en silla de ruedas y padecía problemas de visión por un glaucoma diagnosticado un decenio atrás. No tuvo suerte con la salud. Durante la década de los noventa llegó a sufrir seis operaciones quirúrgicas en apenas 10 años. En 2006 dejó de dibujar regularmente. En 2019 estaba casi ciego.

La muerte en septiembre de 2017 de Alicia Colombo, su compañera eterna, su representante y delegada general para el mundo, un año mayor que él, coincidió con su etapa de más acentuado declive físico; dejó Buenos Aires en noviembre de ese año y regresó a su Mendoza natal; siempre atendido por familiares cercanos y amigos.

La muerte de Quino nos seguirá dejando algunas incógnitas. ¿Cómo se apellida Mafalda? No se sabe. Su papá en los dibujos no tenía ni nombre de pila… La madre sí: Raquel. Y sobre todo, ¿qué habría pasado ahora si…? En una cena a la que asistió en Oviedo con algunos amigos poco antes de recibir el Príncipe de Asturias 2014, uno de los comensales le preguntó si hoy en día los papás de Mafalda estarían divorciados. Sin aguardar a la contestación, se abrió un interesante debate al respecto, con profundas reflexiones psicológicas. Finalmente, todos miraron a Quino esperando la respuesta definitiva. Y él dijo: “No lo sé…, para mí son sólo dos dibujos…”.

Quino tomaba el café sin azúcar, discrepaba de la nueva cocina porque las raciones eran muy pequeñas y adoraba el vino de La Rioja tanto como Mafalda odiaba la sopa. Y amaba el flamenco, que tanto le vinculó con sus padres y su infancia:

“Si escucho la música folclórica de Mendoza, mi tierra, me gusta, no digo que no. Pero lo que verdaderamente me emociona es el flamenco. Es algo que siento como hormiguitas dentro de las venas. Por eso siempre he sabido que soy español y siempre he dicho que soy español”.

Y se sintió muy feliz durante sus días en el Principado en 2014, llenos de homenajes por el premio Príncipe de Asturias. Especialmente, en aquel acto del teatro Filarmónica de Oviedo, con una ovación final de cinco minutos. Y también con un detalle que quedará para siempre en esa ciudad: la reproducción de Mafalda a tamaño natural que se fotografía desde entonces con eterna paciencia en el parque Campo de San Francisco junto a toda persona que espere su turno para sentarse con ella.

 


Tomado de El País

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